Echo de menos viajar. La semana santa siempre había sido terreno para escapadas, para huir unos días del ritmo frenético de mi Madrid natal y encontrar un refugio de la rutina. La llegada del buen tiempo y de la primavera no sólo trae bellos paisajes y mangas cortas, sino también a los mosquitos, avispas, entregas, exámenes y demás criaturas molestas e indeseables. Es por ello que la semana santa es vital para recargar mis baterías, que llegan siempre drenadas a esta época del año. Este año sin embargo, nada de nada. No pude ir más allá de las montañas, ni yo ni ninguna otra persona. Mi frontera la marcó el Peñalara y el Puerto de Somosierra al norte mientras que el sur lo delimitó la preciosa ciudad de Aranjuez. En el resto de nuestro país sucedió algo parecido. Una nación dividida en cachitos. ¿Guadalajara? El extranjero. Pese a tener un terreno de juego de unos 8.000 kilómetros cuadrados, no he podido evitar sentirme encerrado. La mera falta de libertad de movimiento ha ejercido sobre mí una extraña sensación de presión. Mientras tanto, los aviones sobrevuelan el cielo azul sobre nuestras casas, con rumbo a lugares que no podremos visitar hasta dentro de algún tiempo. Los miro con cierta envidia. De momento, el destino más exótico a mi alcance será el Embalse de San Juan. Sin embargo, esta falta de libertad de movimiento me ha llevado a reflexionar sobre lo que realmente significa ser libre, a cuestionar lo que realmente significa la libertad. ¿En qué estado se encuentra la libertad? ¿Puede uno volar... andando?
Una de las concepciones más antiguas de la libertad y, por lo tanto, de las más recurridas cuando de precedentes se trata, es la romana, que ve la libertad como una facultad natural del ser humano, a través de la cual somos libres de hacer lo que deseemos, siempre y cuando no lo prohíba la fuerza o el derecho. Por lo tanto, según esta concepción, nuestra libertad está restringida, delimitada por las leyes. La filosofía por otra parte ve la libertad de una manera simple y llana. No es más que la capacidad natural del ser humano de hacer. La libertad es así parte de nosotros y las limitaciones no se contemplan en absoluto. Obrar y decidir en la manera que se desee - la libertad descrita en pocas palabras. El propio Aristóteles era digno defensor de esta concepción de ser libre como parte intrínseca del ser humano. Pero al igual que en la concepción romana, está restringida. Para él solo era libre toda persona que no era ni esclava, ni estaba cautiva.
Cautivos. Así nos sentimos muchos. No como una bestia salvaje en su jaula o un prisionero en su celda, sino como un pájaro que se choca contra una ventana una y otra vez, preguntándose: "¿Qué me impide llegar al otro lado?". Un muro invisible nos separa de aquello que antes estaba tan cerca. Cuando hablo de cautividad, no solo hablo de lugares o de escapadas. Hablo sobre todo de personas a las que no podemos ver, de experiencias, de momentos, de recuerdos para toda la vida. La falta de movimiento no solo ha vaciado billeteras y cerrado marquesinas por última vez. No solo ha cancelado viajes y reservas. Ha cancelado bodas, citas, celebraciones, reencuentros y compromisos. Ha roto promesas, ha deshecho relaciones indestructibles, ha parado bienvenidas y lo que es aún peor, ha impedido despedidas. La distancia en el espacio inevitablemente pone distancia en el tiempo. Son horas, días y meses sin poder mirar a los ojos a las personas que queremos, sin escuchar sus voces de primera mano y no a través de una pantalla. Son planes que no se pueden realizar, relegados obligatoriamente a listas de "por hacer". También son almas gemelas que de momento no tienen oportunidad de conocerse, no por no haberse cruzado todavía, si no por no poder cruzar a veces ni al otro lado de la calle. De momento, están obligados a seguir siendo desconocidos.
Si para la filosofía la libertad es la capacidad humana de hacer lo que deseemos, también significa que la libertad es poder dar rienda libre a nuestras emociones, de disfrutar de cada momento como si fuese el último. Es libertad para abrazar, para besar, para retomar caminos que se dejaron atrás pero también para descubrir nuevas rutas. Es libertad para escoger a qué retos nos queremos enfrentar, más allá de los obstáculos que la vida nos pone de por sí. El muro invisible corta nuestras alas, nos dice a dónde ir, qué hacer y qué no hacer. No nos dice que pensar pero tampoco pensamos en otra cosa. Pesa sobre nuestras cabezas como un cielo nublado, incluso cuando brilla el sol y una mirada hacia arriba se choca con un precioso tono azul. Eso es algo que también echo de menos. Hablar de otras cosas. De tanto limitar nuestras vidas, de dejar de hacer tantas cosas, las conversaciones que si podemos entablar se reducen muchas veces al muro invisible. Sentarse en una terraza me recuerda un poco a los trabajos en grupo en clase. Personas distintas discutiendo sobre un mismo tema. Al unísono. Como un coro de almas en pena. Miradme a mi, sin ir más lejos.
Que el muro sea invisible no significa que no exista. Claro que existe. Decídselo a la paloma que dejó su marca en el cristal. No se puede atravesar, está ahí. No lo vemos, pero está siempre presente. Decídselo a los muchos que no vieron el día de mañana, que no vieron caer la muralla. Pájaros que no pudieron alzar el vuelo para intentar superarlo. Además, cuanto más intentemos atravesarlo , más duro se volverá. Más alto crecerá. Aunque lo entiendo, ese afán por intentar llegar al otro lado. No les culpo. Cuanto más tiempo pasamos dentro de él, más frágiles nos volvemos. Sí, las personas somos frágiles. Frágiles como el diamante. Duros hasta que nos rompemos en mil pedazos. La libertad es lo que nos mantiene en pie a las personas, pero llevamos un montón de tiempo tambaleando. Tener buen equilibrio hoy en día vale su peso en oro. Está claro que algunas personas son más duras que otras. Otros no lo eran pero han tenido que serlo. Otros no lo son. Otros dicen serlo. Pero solo son fuertes en su egoísmo, en su irresponsabilidad. Parecen pensar que si el muro es invisible, no debe existir. No tengo muy claro lo que les pasa por la cabeza, pero supongo que al menos se sienten libres estando encerrados.
Me preguntaba al principio si uno puede volar andando, sin separar los pies del suelo. Lo que quería decir con esa pregunta era si uno puede sentirse libre pese mirar a los ojos a la barrera evidente que tenemos todos en frente. Yo creo que la respuesta no es tanto un sí o no. Porque ahora mismo no somos libres de hacer lo que queramos. No podemos ir a donde queramos, cuando queramos con quien queramos. No podemos escalar el muro, ni lo podemos ignorar. Pero creo que es un buen momento para reflexionar sobre la importancia de la libertad. Podemos pensar y de momento eso no nos lo quita nadie. Eso es algo que vale mucho. Por suerte, esta cortina invisible que tenemos enfrente también caerá, como lo hicieron todas las anteriores. De hecho, ya está cayendo. Llega la libertad inyectable de 2.25 mililitros.
Es importante que nos empapemos de lo que nos hace sentir esta falta de libertad, esta distancia, esta lejanía de todo y de todos que sentimos ahora mismo. Es importante que aprendamos lo que significa carecer de libertad, especialmente al no haberla perdido toda. Ya somos presos de estas circunstancias, pero aprendamos de ellas. Ya que mañana, en un futuro no muy lejano, puede ser que miremos atrás y recordemos estos tiempos con nostalgia. El próximo muro al que nos enfrentemos puede ser perfectamente uno visible a plena vista. Sin camuflaje ni necesidad de esconderse. No podremos ir a donde queramos, cuando queramos, ni con quien queramos - pero tampoco podremos pensar en lo que queramos. Podremos acabar cautivos no sólo en el espacio y en el tiempo, sino también dentro de nuestras propias mentes. Veremos a aquellos que son libres tan lejos como los aviones que hoy surcan nuestro cielo, tan extraños, tan lejanos. El pájaro no podrá chocar contra una ventana, ya que estará atado en su jaula.
Jamás debemos dar la libertad por sentado, de lo contrario estaremos condenados a perderla.