Diplomacia en 180 minutos

Reuters

Cuentan las lenguas antiguas que no se ha de mezclar el fútbol con la política, como si de un consejo dietético se tratase. "Cuidado - indigestión asegurada", dirían las instrucciones del medicamento. Volviendo al tema pertinente: la inevitable politización del fútbol. Inevitable, sí, porque pese a que en incontables ocasiones se ha repetido con empeño que estos dos ámbitos no han de tocarse ni con un palo, la realidad es que van de la mano. Cuáles jóvenes enamorados que de cara a la gente reniegan de su amor. Sin embargo, la relación del fútbol y la política viene de antaño. Desde sus inicios en el siglo XIX, la política vio en el fútbol la ocasión perfecta para distraer al pueblo. El coliseo romano moderno. Al final todo es política... o politiqueo. El fútbol, una industria que mueve a millones de personas y, sobre todo,  miles de millones de euros, no podía ser menos. El fútbol es opio para el pueblo y oro para las arcas estatales.

Visto de cerca y más allá de lo que suceda sobre el terreno de juego, el fútbol es una prueba empírica del funcionamiento de nuestras sociedades. Actúa como altavoz de las ideologías más propagadas en el ámbito político y saca a la luz las frustraciones más generalizadas del momento. Los equipos y las aficiones tienen una ideología muy marcada y fácilmente reconocible y no se cortan a la hora de posicionarse a favor o en contra de temas de la actualidad. Este caso del Fútbol Club Barcelona y la causa independentista catalana o la contraposición del Real Madrid, cuya afición siempre recibe a los culés con decenas de miles de banderas españolas. Los clubes se han convertido en centros de acogida de valores políticos y las figuras dentro de este deporte tienen una tendencia a actuar como si fuesen representantes de algún partido. De hecho, son muchos los jugadores que después de acabar sus prolíficas carreras futbolísticas, intentaron dar el salto al hemiciclo, aunque generalmente con poco éxito.  

La política es la que afecta al fútbol, pero por lo general nunca al revés. Es un camino unidireccional, un río imposible de remar a contracorriente. Los que intentaron hacer el camino inverso son prueba viviente de ello. O al menos así había sido. Hasta ahora. Esta semana, la Real Federación Española de Fútbol anunciaba que se enfrentará a Grecia, Georgia y territorio de Kosovo de cara al Mundial que se disputará en Catar el año que viene. ¿Y dónde está el problema, lo suficientemente importante como para propiciar una crisis diplomática? En la calificación de Kosovo como "territorio" y no como estado a pleno derecho. Dejamos así el plano futbolístico y entramos así en el apasionante mundo de las relaciones internacionales.

Volvemos atrás en el tiempo hasta el cambio de siglo, en el año 1999. Ese año, la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autoriza el despliegue de una fuerza de paz liderada por la OTAN en el entonces territorio serbio de Kosovo, que había sido víctima de fuerte violencia étnica y religiosa. España contribuyó con unos 630 militares en aquella misión. En el año 2008, Kosovo declaró su independencia de forma unilateral, suceso que nunca se tradujo en un reconocimiento por parte de España. Curiosamente, la Unión Europea si lo hace. ¿De dónde surge esta diferencia en posicionamientos, entonces? La respuesta, como la de todo suceso internacional en el que se ve involucrado España, está en la política nacional de este país.

Aceptar la declaración unilateral de Kosovo marcaría un precedente peligroso para España en términos jurídicos. Legitimar esta vía secesionista unilateral sería también legitimar la independencia de cualquier otro territorio que pudiese surgir dentro del propio Estado Español. Lamentablemente para Kosovo, España es un polvorín. Los movimientos independentistas en Cataluña y en el País Vasco tienen una fuerza cada vez mayor en nuestro espectro político. Además, la Corte Internacional de Justicia dictó en el 2010 que Kosovo no violó el derecho internacional. Es por ello por lo que salvo Serbia y Kosovo lleguen a un acuerdo o la ONU revoque la resolución previamente mencionada, España seguirá sin reconocer a Kosovo como estado a pleno derecho.

Para mí, sin embargo, el problema no está en que España no reconozca a Kosovo. El problema surge cuando la propia Federación Española va en contra de la normativa FIFA y UEFA, que dicta que todo miembro de estas organizaciones debe ser respetado como tal, sin hacer discriminación entre unos u otros por motivos políticos. Decía antes que la política afecta al fútbol, pero nunca debe ser al revés. El fútbol, o, mejor dicho, el deporte en general, ya es un ámbito excesivamente politizado. Van de la mano, es inevitable. Ambos mueven a las masas y determinan el estado de ánimo de la sociedad. No obstante, la política es cansina de por sí. Las federaciones nacionales no deben actuar como herramientas diplomáticas al servicio de los gobiernos. No son un brazo más a cargo de los ministerios de asuntos exteriores. En todo caso, deben funcionar como una herramienta de diplomacia pública de cara al extranjero, para mejorar nuestra imagen hacia fuera y nunca para posicionarse políticamente. El deporte solo debe ser político en su afán por unir ideologías previamente separadas, en solucionar conflictos y aliviar tensiones sin llegar a la violencia. No debe ser competencia de la Federación Española representar a España en términos de las relaciones internacionales. Debe actuar como lo que es: la institución en la que se enmarca toda actividad futbolística de nuestro país. Ni más ni menos. 

La solución para mi es clara: la Federación Española debe retractarse de su desafortunado comentario en redes sociales, adherirse a la normativa FIFA y UEFA y fomentar los valores del deporte. La Federación Kosovar está entendiblemente molesta. Es un gesto muy feo entre instituciones deportivas. Los partidos entre España y Kosovo deben disputarse con total normalidad y con un respeto igualitario entre ambos equipos. Los 180 minutos que tienen por delante las selecciones españolas y kosovares deben ser ajenos al derecho internacional, ajenos a la cuestión catalana y ajenos al complicado mundo de la diplomacia. ¿La diplomacia? Para los diplomáticos. Si los partidos hoy en día se juegan a puerta cerrada, que la política también se quede fuera del terreno de juego. Que la politización sea inevitable no significa que haya que acelerarla. Que suene el himno de Kosovo y que gane el mejor.


Por Mark Kieffer Duarte