Soledad


Por Adriana Giménez




La playa estaba desierta; podía adivinar un par de figuras borrosas a lo lejos, pero poco más. Reinaba el silencio, un silencio acompañado por el suave murmullo de las olas al romper, burbujeando a medida que se extendían por la arena rebasando constantemente sus límites. Estaba subiendo la marea, pero yo me quedé en el sitio para sentir el agua fría rozando mi piel. El viento se había calmado con la llegada del atardecer, quedando relegado a un segundo plano; ahora se limitaba a acompañar el sonido del mar y revolver ligeramente mi pelo. El sol había pintado el cielo y el mar de naranja, que se unía a su azul habitual para conformar uno de los atardeceres más bonitos que he visto en mi vida. 

Respiré hondo, notando la sal en el ambiente y el frescor de la inminente noche. Cerré los ojos. Volví a respirar. Así disfruté de mi soledad, conmigo como única compañía: aquel momento era solo mío, y hacía demasiado tiempo que no me escuchaba. 



(...)

He aquí una mentira. O una mentira a medias, más bien. Aquel día a las ocho de la tarde estuve en esa playa, presencié ese atardecer tan bonito, respiré hondo un par de veces e incluso me bañé en el mar. Sin embargo, no estaba sola. Sí es cierto que no había nadie a un kilómetro a la redonda, no me malinterpretes, pero aún así no estaba sola: conmigo estaban todos mis seguidores en Instagram, y unas cuantas personas que, por casualidad, conversaban conmigo por Whatsapp en esa franja horaria. Después de admirar unos segundos fugaces aquel paisaje tan maravilloso, saqué corriendo el teléfono del bolsillo, hice unas cuantas fotos, puse una en mi historia y pasé un par de ellas más por mensaje: 'mira en qué sitio más bonito estoy', 'mira qué atardecer más maravilloso', 'no sabéis lo bien que se está aquí'. 

Y en ese preciso instante me di cuenta de que me había perdido a mí misma. Había llegado a tal punto de alienación que era incapaz de disfrutar de un momento a solas con mis pensamientos. ¿Dónde ha quedado mi mundo interior de antaño? Ya no soy capaz de observar a secas, de vivir a secas. Necesito vivir experiencias pero que los demás sepan que las he vivido, compartir con otros aquello que mis ojos han presenciado y que merece la pena compartir, sin siquiera exprimirlo yo primero. Estoy empezando a ver el mundo a través del teléfono, de las redes sociales, y a vivir por y para lo que opinen los demás. Entre tanto, me estoy perdiendo lo que ocurre a mi alrededor, además de a mí misma. 

Era importante que me diese cuenta de ello: justo después apagué el teléfono, e intenté vivir a solas lo que quedaba de atardecer. Me costó más de lo que pensaba, pero al fin y al cabo, fue el primer paso hacia la desintoxicación. 

Y tú, ¿estás demasiado intoxicad@?