Por Íñigo Madrid.
Hoy el rebelde
no se rebela. Hoy se asusta, se indigna, se asombra, te obliga. Ha mutado su
método, pero no el fondo. Mantiene el ideal sin salirse del marco. Es simplón, aburrido. Ha limitado un carril y espera que, tú, no salgas de él. Procura
que sepas cual es la consecuencia de hacerlo. Algunos reflexionan, y a pesar de
ello actúan, valientes. Otros, bastantes, se echan para atrás: la alternativa
es costosa. Estos últimos, claro, serán oídos, pero ya. Los primeros,
independientes, sinceros, inevitables, no serán escuchados, carecerán de
legitimidad, pero molestarán, estarán ahí, no se irán. Han logrado, con esa
mínima actitud, ganar la primera batalla a la tiranía. Pero siguen perdiendo.
Jordan B.
Peterson es un psicólogo clínico, canadiense. Hace dos meses una presentadora
le entrevistó para ‘Channel 4 News’, un canal de televisión británico. La
entrevista recorría múltiples asuntos –hoy muy presentes en el debate público
español– como la brecha de género o la libertad de expresión. Hasta aquí todo
normal. Lo curioso es que Peterson se salía de las típicas coordenadas, no era
políticamente correcto en sus respuestas. Las reacciones de la presentadora
eran curiosas, reveladoras. No podía creer lo que oía, estaba acostumbrada a un
asentimiento, a que no fuesen rebatidos sus argumentos, a que el entrevistado,
débil, no se saliese del carril. Él lo hizo: 8,6 millones de visitas tiene la
entrevista.
La
conversación es una lúcida representación de nuestra realidad. Ya no se
busca el enfrentamiento, ni siquiera se puede. La ofensa no aparece, renegamos
de ella. Pero, ¿qué es la ofensa? ¿Quién la delimita? ¿Se puede hablar sin ofender? ¿Por qué asentimos sin
confrontar? ¿Por qué aceptamos determinadas ideas sin argumentar? La corrección
política lo hegemoniza todo. Ya incluso siendo incorrectos, abusando de la incorrección,
somos correctos. Ha invadido la respuesta, y es muy peligroso.
Hay unas categorías,
y las hemos asimilado. Tenemos miedo a salirnos de ellas, sabemos qué pasará: el
desprecio, los prejuicios, la falta de credibilidad. El que se sale es
observado, se hace viral; nosotros, debilitados, cerramos los ojos, asumimos,
perdemos la batalla.
El lenguaje es
determinante, es el caballo de Troya. La corrección política se cuela por ahí,
las palabras enferman rápido, se convierte en epidemia, y a partir de ahí todo
está perdido. Pero, no seamos tan pesimistas. La partida no está del todo
perdida; diría, incluso, que se está dando la vuelta. En España no lo han conseguido
importar al completo, estamos a tiempo. Intelectualmente estamos armados, pero
no todos son conscientes. Empecemos por ahí, por el carácter, por la actitud.
Por muy moralmente superior que sea la idea, todo puede ser rebatido. Sorprendámosles, y no agachemos la cabeza.