Por Íñigo Madrid.
La rutina es como la clase política: tanto la
rechazamos como dependemos de ella. Qué sería de nosotros sin su diaria repetición
de los acontecimientos. El problema es que tiene muy mala prensa, así que vamos
a denunciarlo.
Hay personas que rechazan este planteamiento. Son
los que quieren vivir cosas nuevas cada día, son los mismos que te dicen
aquella filosofía barata de “vive cada día como si fuese el último”.
Inconscientes. No hay nada más rutinario que querer hacer, continuamente, cosas
distintas; lo que pasa es que es un hábito de las formas, no del fondo. Y claro,
se disimula.
Yo creo que estáis de acuerdo conmigo: amamos lo
cotidiano, lo constante, lo ya vivido. Esta realidad la solemos descubrir a
finales del mes de agosto. Es ahí cuando, tras habernos restregado durante días
por la arena y haber expuesto al sol nuestro repelente cuerpo, todavía nos
queda una semana de vacaciones. Qué horror. Es en ese momento cuando deseamos
que suene la alarma y levantarnos a hacer el café. ¡Que vivan las mañanas de entre
semana!
No hagas caso a aquellos que quieren cambiar,
continuamente, su tan valiosa vida: se tienen en muy alta estima. Son, supongo,
más infelices. Pero entiéndeme, no vayas a asimilar plenamente este estable
planteamiento: no digo que debas ser inmutable, digo que no todo cambio, por
muy transformador que sea, es positivo. Punto medio, ya sabes.
La plenitud la
encontraremos en lo repetitivo; por eso aquella querencia a lo corriente, a lo
usual. Serás feliz allí. No podemos ser constantes en lo alternativo, lo somos
en lo rutinario. Ser conservador en lo
vital no es tan malo. Pruébalo, y si le quieres hacer oposición, propón antes una
alternativa. Te aseguro que no es tan sencillo.