Lo siento, Sabina

Por Álvaro Maldonado de la Cuadra.

Dice Sabina en una canción, con su voz propia, ronca y arraigada a su cuerpo: "Que cada noche sea noche de bodas, y que todas las lunas sean lunas de miel". Pero, Sabina, lo siento mucho. He de decirte que noche de bodas solo hay una, y luna de miel otra única, también.




Derechos de la imagen cedidos por la viñetista Flavita Banana.

¿Cómo vamos a pretender que cada noche, que cada momento, sea igual que otro, o tal y como lo habíamos maquinado en nuestra cabeza? Muchas veces, en el día a día, en nuestras ambiciones, en nuestras relaciones sentimentales, no por cuestión de experiencia -aunque hay que reconocer que ésta influye algo-, vivimos de expectativas. Ideas preconcebidas que creemos que así serán y que se repetirán las veces que queramos, como si solo dependiese de nuestro deseo. Cuando éstas se cumplen -o no se cumplen si son a nuestro favor-, un cierto cosquilleo reconfortante se apodera de nuestro cuerpo, hasta el punto de acostumbrarnos, llevándonos a no sentirlo; o incluso sentir rabia si por el contrario estas no suceden.






La paradoja de la expectativa es que anula a la otra persona. Por ejemplo, si nuestra pareja decide que quiere cenar en un indio y uno tenía ya decidido que esa noche iban a ir a un italiano; o que esperaba un beso de buenas noches y éste no es así por la razón que sea. ¿Dónde está escrito que aquello iba a ser como queríamos que fuese?

La expectativa aniquila la voluntad del otro, y con ello su deseo. La expectativa es un arma que destruye, y lo peor de todo: inunda, como el agua en la bodega de un barco roto, cualquier posibilidad de rescate.

Tanta información, tantas ideas preconcebidas, tantos clichés. En definitiva, tantas expectativas solo anulan una de las mejores sensaciones que puede sentir el ser humano que es sentirse impresionado.